Hace unos días hablábamos de economía colaborativa y hoy hemos conocido una de sus vertientes más bellas: el yoga desde casa. Pero mejor empezamos desde el principio. Un día, no recuerdo cuándo, conocí a Matilde Meire. Pelo rojizo rizado, sonrisa permanente y energía de la buena.
Quien me conoce sabe que no soy de distancias cortas-de hecho la nueva normalidad me va de perlas, estar a dos metros de las personas y no tener que dar besos ni estrechar manos a gente ajena a mi familia es la situación ideal para alguien como yo-. Mati se presentó, me dijo «hola mi amor» y me plantó un super abrazo del que no pude-ni quise-zafarme. Desde entonces siempre me saluda igual, un «hola amor, ¿cómo estás?» y un abrazo.
Hace meses y con una copa de vino en la mano le confesé que no permitía que nadie acortara tanto las distancias conmigo, pero que ella era diferente. La energía que destilaba era distinta. La profesora de yoga se rió y brindamos bajo el sol, entre los naranjos de nuestros queridos huertos.
Hoy le he propuesto hablar de economía colaborativa desde su trabajo, desde su vida más bien, porque ella no lo considera trabajo: el yoga.

¿Cómo empezaste en el mundo del yoga?
Soy profesora desde hace más de diez años. Me formé en la escuela Vasudeva, que se fundó hace 45 años en Mallorca pero que tiene su sede en Madrid, en Alcobendas, que es donde aprendí con Carlos de Miguel.
Yo practicaba yoga de antes, pero cuando llegué a la Isla empecé a practicar en esta escuela e inicié mi proceso de formación. Entonces empecé a dar clase con ellos, a modo de karma yoga, otro tipo, en realidad, de economía colaborativa: un trabajo de entrega, de voluntariado.
Posteriormente di clases en centros para personas mayores, personas en proceso de reinserción social, en Camp Redó, el centro Flassaders, el polideportivo de Andratx…
Y entonces llegó Eva
Sí -no la veo pero sé que está sonriendo- hace ocho años nació Eva, y entonces paré de dar clases para estar con ella el primer año. Y después me planteé tomar las riendas y crear Evaki, que es la diosa de los sueños del Amazonas. Además es Eva, como mi hija, y ki, que significa energía.
Yo soy de aquí, pero me crié en Venezuela, y el Amazonas para mí es muy importante, un lugar místico y muy poderoso del planeta. Evaki es lo que mereces, lo que sueñas y a lo que das forma. Y el centro de yoga me ha dado la libertad de hacerme cargo de mi familia, porque he podido conciliar mi vida laboral y familiar.

¿Cómo llegaron los primeros alumnos?
Yo había crecido mucho en experiencia, sobre todo teniendo en cuenta que tenía una amplia trayectoria trabajando, por una parte con personas mayores, y por la otra con personas en proceso de reinserción social, con conflictos emocionales y familiares. Cuando me independicé un grupo de alumnos propios se vino conmigo porque yo tenía ya la seguridad y experiencia necesarias, a base de dar clases de yoga y de practicarlo.
Y sin embargo para ti el yoga no es un trabajo, no es una profesión
No, para mi el yoga es mi forma de vida, no sólo es mi modo de sustentarme. En realidad lo es para toda la familia, porque en realidad fue Julio, mi marido , el que me llevó por primera vez a una clase de yoga.
¿En serio? Creía que era algo innato en tu vida, tu «trabajo», por así decirlo, de siempre
No, no, qué va. Yo estaba muy lejos del yoga, de la economía colaborativa… yo soy publicista, era una mujer de negocios metida en el mundo de la publicidad, dinámica pero estresada. Mi marido, muy sabiamente, me llevó por primera vez a una clase de yoga porque estaba claro que lo necesitaba como agua de mayo, y me salvó de mi misma.
Tardé tiempo en entender el yoga como lo que es, una forma de vida. Lo practicaba, me sentía cómoda, a salvo, a gusto… pero lo hacía desde la inconsciencia. Poco a poco el yoga te lleva a tu ser.
Suena muy… Oriental
Es que en oriente la práctica empieza desde dentro hacia fuera, con procesos meditativos, alimentación consciente… y el resultado se refleja en el cuerpo. En occidente empezamos al revés, empezamos en el cuerpo, porque «mola», oporque tenemos una patología. Pero así y todo, si eres paciente y constante, puedes llegar igualmente al fondo de tu ser.
A mí el yoga me ha enseñado a ser paciente, a ser bondadosa -de ahí la economía colaborativa que me gusta practicar-amorosa conmigo mismo y con el resto. Pero es posible seguir los principios de esta forma de vida sin necesidad de practicar las asanas-las posturas del yoga- sobre una esterilla. Si seguimos un estilo de vida de principios éticos, de colaboración, de amor al otro… ya estamos viviendo el yoga.

¿Y cómo compaginabas tus clases con tu hija Eva?
Lo hacía básicamente con el apoyo de mi familia. Cuando Eva empezó el cole y ha ido creciendo, he ido reduciendo mis horarios porque, de verdad que para mi el yoga no es un sustento sino una forma de vida. A veces la vida te lleva a otras actividades, pero el yoga siempre me acompaña, en mi casa, con mi familia, con mis amigos… siempre.
¿Cómo vive la situación actual una profesora de yoga que además practica economía colaborativa?
Mis compañeros de práctica, porque yo no les llamo alumnos, son compañeros porque se trata de un intercambio de energía del cual yo también me nutro y aprendo, necesitaban las clases. Todos estábamos asustados por lo que está pasando. No sabía qué íbamos a hacer ni cómo hacerlo… mi cuerpo me pedía más meditar que dar clase. No estaba para dar.
Dos o tres semanas después abrimos una sala de zoom, a ver qué pasaba. Me pareció frío y raro, además, yo no soy nada tecnológica. Sentía nostalgia de verlos ahí, tan chiquititos en la pantalla.
Pero luego la situación, la sensación, cambió, ¿verdad?
Sí, al cabo de unos días entré online en la escuela Sivananda de Madrid, con Gopala, amigo al servicio del yoga con quien tengo el honor de aprender, y quien me acercó esta escuela. Él estaba dando clase en abierto y de manera gratuita… una vez más economía colaborativa para con el mundo entero.
Me puse en el otro lugar, era una alumna. Y fue ta bonito… un abrazo tan bueno para el alma… escuchar una voz familiar me hizo sentir inmediatamente renovada. Llevaba un mes sin practicar y fue maravilloso porque me dio la tranquilidad para afrontar las siguientes clases.
Yo necesito la cercanía, la piel, el contacto… pero en este caso estábamos cerca igualmente. Es como una extensión de la escuela que se planta en tu casa, en la sala, en la habitación, en la cocina, en el patio de cada uno… Es como un corazón colectivo desde un espacio individual, personal, íntimo y agradable. De esta manera hemos creado una gran escuela juntos.

¿Cómo definirías esta gran escuela que ahora ya no tiene fronteras?
Gratificante y sanador, profundamente sanador porque cada día tenemos la constancia y el compromiso con nosotros mismo de practicar yoga. De tener este detalle de amor para con nosotros mismos, pero también con los demás.
Para una persona como yo, muy poco versada en este tema, esto es un poco complicado de comprender…
Mira, cuando alguien practica yoga, se pone al servicio de la humanidad. Desde hace meses la energía a nivel mundial está muy cargada, muy densa. El que practica yoga y medita, es como una pequeña luz al servicio de la humanidad porque eleva las vibraciones, la energía que se genera no se queda sólo en nosotros porque el yoga no es un acto egoísta. Es para todos. Si yo soy feliz mi energía de felicidad puede llegar a todo el planeta.
Y una vez más el yoga me ha salvado de mi misma. Tanto tiempo encerrada, pensando, preocupada por la situación, por la economía de mi familia… volver a practicar es renovador.
Y ahora que has aprendido que por zoom también puedes estar cerca de tus compañeros de yoga, ¿cómo es la experiencia?
Es fantástico. Practicamos con nuestros niños, los perros se meten por en medio, los gatos se ponen entre las piernas… una mamá da el pecho a su bebé… Hemos aprendido a crear un espacio en nuestro hogar.
Estamos acostumbrados a buscar la paz fuera, en los templos, en las montañas, en las escuelas… pero la realidad es que la paz está dentro de uno mismo, no necesitas un maestro. Sin embargo, como seres humanos, como personas, necestamos esa unión con el otro. Yo soy una enamorada del ser humano, necesito del otro para funcionar.
Gracias a las clases de yoga online nos conectamos directamente. No estamos solos. Esto que está pasando, el Covid-19 y todo lo que conlleva, no nos está pasando sólo a nosotros. Nos paramos, nos apoyamos, respiramos conscientemente, dejamos que los pensamientos pasen, que no se queden en la cabecita, y luego movemos el cuerpo y nos damos un abrazo al alma.

Y sin embargo, las personas necesitamos un sustento económico, ¿cómo es en tu caso?
Pues mira, ya veremos qué pasa. No sé si esto será una manera de sostenerme emocionalmente, económicamente… lo cierto es que no sabemos nada. Yo doy las clases siguiendo los principios de la economía colaborativa, hay gente que puede darme algo, hay otros que no pueden pagar, pero yo lo sigo haciendo. Es mi granito de arena, ofrecer esta ayuda.
Por supuesto, entre mis alumnos hay gente que está en ERTE, los hay que no han cobrado, que están teletrabajando… son ellos quienes consideran si tienen ingresos, no yo. Antes venían a la escuela Evaki dos veces por semana, ahora nos conectamos diariamente. El que puede, me apoya económicamente, y el que no está en condiciones de hacerlo, recibe su clase igualmente porque sólo dando es cuando recibimos. Hay que ser generoso y esperar a ver qué pasa.
¿Qué otras partes positivas le sacas a toda esta situación?
Pues que estoy aprendiendo a vivir un dñia por vez. En yoga el aquí y el ahora es fundamental, hablamos del presente, de lo que pasa ahora, hoy. Porque tenemos información, una oficial y otra no tanto, y ni siquiera podemos confiar en que la oficial sea cierta. Lo único que es cierto es el aquí y el ahora, el eterno presente. Por eso yo sigo aportando a mis compañeros y practico la economía colaborativa con quien lo necesite.
Desde el año pasado te encargas de la organización del Congreso Internacional del Yoga en Mallorca. Precisamente tiene lugar el Día Internacional del yoga que es el 21 de junio. ¿Que podemos esperar este año?
El Congreso como tal será bianual, pero hago un llamamiento para el 21 de junio, el día del solsticio de verano para la celebración de Día Internacional del Yoga. Por eso no hablo de suspensión de la celebración porque quiero que se celebre como se pueda.

Yo desearía que todos, desde sus centros de yoga, los profesores que iban a colaborar o a asistir, los practicantes, los estudiantes, las diferentes escuelas… que ese día todos celebremos el Día Internacional del Yoga y, quien pueda, que haga jornadas de puertas abiertas, siguiendo todas las medidas necesarias, o de clases online especiales… que la celebración vaya más allá.
No sabemos en qué condiciones podremos celebrarlo, si en las escuelas, o al aire libre, u online desde casa. Tal vez no podamos estar juntos en el mismo espacio, pero sí estaremos unidos de alguna manera, ya veremos cuál.
Así es como Matilde Meire pone su granito de arena en el mundo de la economía colaborativa. Apasionada, vibrante, llena de energía de la buena, se pone al servicio de quien lo necesite y abre su sala online para impartir clases de yoga. Le cuesta poner un precio al que puede pagarlo, por eso cada cual, el que puede, aporta lo que puede.
¿Necesitas contactar con Matilde?
Este es su Facebook y este es el de Evaki
Y aquí tienes su Instagram
O puedes llamarla por teléfono: +34 678 73 52 78
Y para cuando el mundo vuelva a ser mundo, aquí está su centro: Evaki Yoga, en calle Blanquerna.
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